Tengo veintitrés años y no conozco el mar. He pasado toda mi vida en tres o cuatro ciudades sin importancia, llevado y traído por mis padres hasta que él, a quien no vi morir, me dejó aquí, en México, en donde yo debí estudiar para médico. Hay después en mi existencia la nada interesante laguna del esfuerzo propio íntimo, inseguro. [...] Confieso que tengo más libros que tiempo que dedicar a su lectura, por rápidamente que lea. Pero acaso algún día... y además ¿qué otra cosa podría hacer? Los ejemplares numerados, las ediciones agotadoas, las encuadernaciones cotosas, son para mí un angustioso placer, más duradero que los juegos de azar, a los que no sé por qué les comparo, más agoísta, más perfecto. Ya sé que se trata de un derivación, de una sublimación; pero no me hacen cambiar razones, como la botánica no modifica los bosques. En las crisis de mi coleccionismo ¡con qué placer he localizado las erratas de un librote orgulloso, cómo los he llenado de notas, relacionándolos con marcas minuciosas, hiriendo sus cuerpos con tiritas de papel, tomando apuntes, citando por tomo, página y línea, de memoria! [...].
Ahora me mandan fuera de esta ciudad de la que no esperé salir nunca y en donde me esperan algunas cosas terminadas y muchas pendientes. Siento un vago disgusto al abandonar mis pequeñas costumbres; la diaria y familiar comunión de su beso, mis clases, los libros que ya no deben tardar en llegar y que necesito absolutamente. Ya no me tienta la aventura. Si yo hubiera tenido fuerzas a tiempo... Pero ahora ya gordo, con anteojos, con poco pelo... La idea es verdaderamente ridícula. Los lazos son ya irrompibles. Ya contraje por siempre un incurable sentido de la responsabilidad. ¿Qué voy a hacer, pues? [...] No dejaré de pensar todos los días en México y en cada una de las cosas que dejo aquí en otras manos. [...]
NOTA: Salvador Novo escribió este su primer libro de prosa narrativa entre 1927 y 1928. A la tierna edad de ventitrés años.
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