Metáfora poética





Temía lo peor. Las últimas veces la soledad me había acompañado a tomar decisiones extremistas. Temía lo peor ahora. Él me había dado a escoger y yo lo había hecho una vez más. Qué más podía hacer: las oportunidades son las oportunidades. Después de la elección había recorrido un par de lugares recién creados para aclarar la mente y ver con diferente ánimo el resultado de mi elección. Temía que después de tantos días de ser libre, ahora no quisiera compañía. Pero bueno, no se trataba de “querer”, sino de que ya estaba ahí. Y eso de la elección sólo es un decir, pues ni cuenta me di. Como fuera a mi regreso me enfrentaría con ella cara a cara; me reconocería en sus costados; me hallaría en sus ojos llenos de esperanza.

El día llegó y me arreglé lo mejor que pude la piel y lo que me quedaba de dorso. Me adorné los cabellos con líquidos corpóreos. Ahí estaba, de pie, jugando con las manos sus cabellos; con la cara llena del goce que produce la vida recién hallada. Mi saludo fue informal, casi grosero. Eso de las formalidades aún era un decir, una costumbre poco arraigada en el comienzo del mundo. Dimos un corto paseo para conocernos un poco antes de entrar en materia. Me gustó desde el primer momento: sus ojos, su cabello, su cuerpo; era como apreciarme silenciosamente en su figura. Hablamos poco y en un lenguaje olvidado, enterrado en las profundidades de la lejanía. Entonces supe quién era realmente: mi compañera, mi cómplice. No había más.

Pasó el tiempo y envejecimos rápidamente. Las labores ganadas y heredadas para siempre con la ayuda de la desobediencia nos había reducido notablemente. Mi compañera pereció en un punto para todos desconocido del tiempo y de la historia. Volví a quedar solo en medio de tantos y de tanto. La extrañé pero nunca supe dónde buscarla. Sé que no volvió a mi cuerpo porque aún siento un profundo hueco. Durante un tiempo recorrí nuestros lugares preferidos tratando de encontrarla. Nada. Me perdí en los recuerdos. Ahora que no está sé qué hacía en mi vida. No me acompañaba; me daba aliento de vida, razones, luchas; ganaba los combates conmigo.

No soy sin ella. No me tengo. No creo que sea costumbre; debes de creer eso, pero no es así. Tampoco la blancura de su cuerpo. Es más: su pensamiento, el calor de sus manos en nuestro momento; su risa loca en la mentira; su ojo vivo durante el celo y los días de guardar. Su amor de mujer. Ella era yo; yo era ella. Principio y fin; vuelta. ¿Qué siento? Vacío. Locura. Demasiadas palabras malacomodadas. Demasiado calor. Sudor. Llanto atorado. Nada me consuela. Me le perdí a sus ojos. Dime dónde está. O mejor no; déjame libre, sin ti. No te creo más. Abandóname. Olvídate verdaderamente de mí. Tú eres el culpable de este juego infinito que se repetirá hasta el sin cansancio. Tú lo haces. Lo sé por ella, no por el fruto del bien y del mal; sino por ella, por sus palabras de colmillo; por su sentido de maldad bien intencionada.

Yo la amaba; la amo si la encuentro. Temía lo peor desde el principio. Siempre había sido así y ahora sé que nada cambiará. Tú no lo entiendes, Eva era más que mi costado: era claramente la luz que me diste y me quitaste; la luz creada para mí, para iluminarme. Ya nada quiero, déjame. Sé que volveré a donde pertenezco, olvidado del tiempo, ignorado por todos. Pronto seré grano de tierra y poblaré de nuevo para siempre en mi eterna soledad siempre preñada. Encontraré a Eva y la llevaré conmigo al pecado. Ahora iniciaré yo. Ahora seré valiente y no desobediente. Todo por ella, para que me recupere. No será la conciencia sino la palabra, el verbo, lo que nos alimente. No será el trabajo sino el verso lo que cree al mundo nuevo que poblaremos de nuevo pero ahora sin tu ojo triangular. Ya no te necesitaré más.

Regreso al polvo, al sin ti que me dio origen. Sin Eva no soy lo que pretendiste. Renuncio a tu oportunidad eterna; me quedo aquí, sobre el olvido que se encarga de nosotros los que te faltamos. No esperaré tu perdón prometido. Me niego a jugar tu juego. Quiero a Eva conmigo; estoy harto de ser incompleto, de buscar, ensayar y comenzar de nuevo desde el principio. Ya no hay más. Cada vez queda menos de mí. Me hago tierra, olvido, historia, mito.

Comentarios

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"11, IV. Jardín de niños", Desde entonces, José Emilio Pacheco

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