"Instrucciones para el arquitecto"
Nuestro malentendido es de carácter conceptual. Usted ha hecho ese
bonito diseño de mi casa y de mi biblioteca partiendo del supuesto —muy
extendido, por desgracia— de que en un hogar lo importante son las
personas en vez de los objetos. No lo critico por hacer suyo este
criterio, indispensable para un hombre de su profesión que no se
resigne a prescindir de los clientes. Pero, mi concepción de mi futuro
hogar es la opuesta. A saber: en ese pequeño espacio construido que
llamaré mi mundo y que gobernarán mis caprichos, la primera prioridad
la tendrán mis libros, cuadros y grabados; las personas seremos
ciudadanos de segunda. Son esos cuatro millares de volúmenes y el
centenar de lienzos y cartulinas estampadas lo que debe constituir la
razón primordial del diseño que le he encargado. Usted subordinará la
comodidad, la seguridad y la holgura de los humanos a las de aquellos
objetos.
[...]
Confío en que no tome lo que acaba de leer
—la preponderancia que concedo a cuadros y libros sobre bípedos de
carne y hueso— como rapto de humor o pose de cínico. No es eso, sino
una convicción arraigada, consecuencia de difíciles, pero, también,
muy placenteras experiencias. No fue fácil para mí llegar a una
postura que contradecía viejas tradiciones —llamémoslas humanísticas
con una sonrisa en los labios— de filosofías y religiones
antropocéntricas, para las que es inconcebible que el ser humano real,
estructura de carne y huesos perecibles, sea considerado menos digno de
interés y de respeto que el inventado, el que aparece (si se siente
más cómodo con ello digamos reflejado) en las imágenes del arte y la
literatura. Lo exonero de los detalles de esta historia y lo traslado a
la conclusión que llegué y que ahora proclamo sin rubor. No es el
mundo de bellacos semovientes del que usted y yo formamos parte el que
me interesa, el que me hace gozar y sufrir, sino esa miríada de seres
animados por la imaginación, los deseos y la destreza artística,
presentes en esos cuadros, libros y grabados que con paciencia y amor de
muchos años he conseguido reunir. La casa que voy a construir en
Barranco, la que usted deberá diseñar rehaciendo de principio a fin el
proyecto, es para ellos antes que para mí o para mi flamante nueva
esposa, o mi hijito. La trinidad que forma mi familia, dicho sin
blasfemia, está al servicio de esos objetos y usted deberá estarlo
también, cuando, luego de haber leído estas líneas, se incline sobre
el tablero a rectificar lo que hizo mal.
Lo que acabo de escribir es una verdad literal, no una enigmática metáfora. Construyo esta casa para padecer y divertirme con ellos, por ellos y para ellos. Haga un esfuerzo por imitarme en el limitado período que trabajará para mí.
Ahora, dibuje.
Fragmento de Los cuadernos de don Rigoberto, novela de Mario Vargas Llosa.
[...]
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| Mario Vargas Llosa (1936) |
Lo que acabo de escribir es una verdad literal, no una enigmática metáfora. Construyo esta casa para padecer y divertirme con ellos, por ellos y para ellos. Haga un esfuerzo por imitarme en el limitado período que trabajará para mí.
Ahora, dibuje.
Fragmento de Los cuadernos de don Rigoberto, novela de Mario Vargas Llosa.

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