Casi puedo creerle


“Un médico me ha dicho que tengo el corazón de gota
-alargado como una gota- y yo lo creo
porque me siento como una gruta
en que perpetuamente cae, se regenera y cae
perpetuamente.”

“Otra Carta”, Jaime Sabines






Un médico me ha dicho que tengo el cuerpo tieso de verdad;
y puedo creerlo porque nunca cultivé el ejercicio ni la disciplina de alimentarlo,
mucho menos el esmero de procurarle paz y descanso y tantas y tantas rutinas sagradas
que  lo procuren de salud;

cuerpo sin nido en el mundo para un descanso;
sin cama para la siesta nocturna en que se deja de pensar para hacer el amor
o para acariciarlo
o contemplarlo desnudo frente a otro similar, pero atractivo por opuesto;
cuerpo de nadie, sin dueño,
sin fortuna ni fronteras que lo contengan para darle forma.
Cuerpo sin definición.
Incompleto por un lado.

Un psicólogo me ha dicho que tengo el alma de estanque;
llena de quién sabe cuánta agua de quién sabe cuánto tiempo de quién sabe cuántas
edades;
estanque con fondo invisible,
arredondado por los años,
oscuro por las hojas de las vidas revueltas en una;
lleno de peces parlanchines que no dejan de llamar luna a la luna por las noches;

alma de estanque con huellas de manos ajenas;           
sin mano propia que haga olas o dibujos al azar;
mucho menos nadador de fondo que llegue al pantano de su panza
y saqué la perla y la exhiba y la venda
y la convierta en poesía colgada en la pared como cuadro;
estanque vacío y lleno al siguiente pestañazo;
alma de estanque sin hijos para contar largas historias
ni mascotas que regalar
ni misión terminada:
el egoísmo se multiplica si no te cercioras de hacer lo que dijiste que harías.
Alma en fuga del cuerpo tieso de verdad.
Ausente.
De paseo.

Un filósofo me ha dicho que tengo una pregunta de piedra;
amorfa como la piedra asoleada en el fondo de las barrancas,
desconocida para los hombres que ya no exploran,
tiznada del tiempo de las erupciones de la juventud interrumpida por la niñez presente,
que nunca se va a dormir;
pregunta indomable,  
veloz para alcanzar espiarla,
cambiante para permanecer retratada,
lejana para esperar su llegada;
pregunta de pan,
de leche, de alcohol,
de aliento perecedero;

pregunta de letras;
compuesta de palabras simples que a simple vista ni lucen ni brillan ni dicen,
mucho menos se escuchan;
de piedra lavada de río sin cause:
las aguas lo inundan y lo matan,
dan de vivir y quitan el grano,
muestran el fondo de piedras cortas
y ocultan la tierra buena;
de piedra altísima que juega a punto de retorno para el expedicionario:
por su forma tiene el nombre,
por su ubicación refiere al perdido,
por su tamaño invita a alcanzarse,
por su vista se usa para el rescate;
de piedra que mata:
herramienta salvadora o que te deja en el camino,
utensilio para la caza o nicho de sacrificio,
arma en la onda para vencer al ojo espía
                    o incómoda que tropieza dos más de dos veces con ella misma.
Pregunta de roca en cuya sombra se encuentra el alivio,
un descanso,
el remanso del tiempo antes de echar a andar,
un pretexto para volver al descanso,
la marca en el laberinto que te pierde por las mañanas.

Alguien me ha dicho que tengo el espíritu de gota,
alargado como una gota,
inquieto como una gota que se mece hasta volverse agua,
o hasta llegar al río
o hasta volverse granizo en el parabrisas del desesperado,
o hasta morir en una explosión masiva de cientos de ellas extendidas para el gozo del
sediento en su desierto;

alargado como una gota que se escurre entre las calles disuelta en los mares del llanto
de la multitud;  
gota de ojos que ya no miran de tanto movimiento,
o que ya no saben qué ver en la pasividad;
gota de luz que penetra al cuarto del enterrado en su prisión sin sitio ni tiempo ni
espacio ni principio o fin:
sólo vulgarmente encerrado.


Un brujo me ha dicho que tengo la vida de verso libre

Y casi puedo creerle.


Comentarios

¡Vale la pena leer!

"La mañana de san Juan", de Manuel Gutiérrez Nájera

"11, IV. Jardín de niños", Desde entonces, José Emilio Pacheco

"Obra maestra", Ramón López Velarde

"42", Los demonios y los días, de Rubén Bonifaz Nuño

Santiago Juxtlahuaca, Oaxaca