Miguel Ángel Granados Chapa


Miguel Ángel es un periodista indispensable desde hace cuarenta años y una figura mayor de nuestra letra impresa. Su bien ganada fama lo ha hecho pieza de caza para aduladores profesionales. Tiene buenos amigos en el ámbito de la política, pero son más, mucho más, los hombres públicos que lo cortejan con la pretensión, siempre vana, de no ser sometidos a su implacable crítica. Algunos de ellos, dispuestos a conquistar su favor, no han escatimado recursos que, dicho sea de paso, no son suyos, si no de los contribuyentes, y en cada ocasión se han topado con el muro ético que sin solemnidades se ha construido Granos Chapa.

Cuando se padece la necesidad, la rectitud es una prenda apreciable. Pero en medio de precariedades materiales como las que por épocas ha padecido Miguel Ángel, la honradez, como en su caso, es un ejemplo de comportamiento, especialmente porque la practica sin aspavientos. Cuando estábamos en unomásuno, Miguel Ángel vivía en un modesto departamento en la colonia Postal, frente al Circo Atayde que estaba en la Calzada de Tlalpan. La vivienda, con piso de granito, carecía de alfombra y televisor, el refrigerador siempre estaba vacío y su mayor lujo era un horrendo terno de sala forrado de terciopelo rojo, lo que alguna vez a Samuel del Villar, habitante de Las Lomas, lo hizo exclamar escandalizado: "¡Mira hasta dónde llevas tu populismo!"

Pero no se trataba de populismo, sino de cierto desprecio por las apariencias, lo que es consecuente con el ejemplo de trabajo y austeridad recibido en su niñez. Más bien, lo que hay en Granados Chapa es el sentimiento de que no tenemos derecho a disfrutar de algo que no hemos ganado o no hemos recibido de forma legítima. [...]

Pero volviendo al modesto departamento en el que vivía frente al Circo Atayde, en los años ochenta el voraz casero le duplicó el alquiler sin que mediara explicación ni motivo razonable. Miguel Ángel, que estudió derecho pero no litiga en tribunales, optó por contratar a un abogado, Héctor González Andonegui, quien le prometió que por lo menos podría seguir viviendo allí un año, que era más o menos el plazo que llevaba resolver un asunto inquilinario. Y en efecto, al año se perdió el caso y debió desocupar precipitadamente la vivienda. Regaló algunos muebles, guardó otros en la bodega de AMI y se vio obligado a mudarse con su ropa y lo más indispensable. Tuvo para escoger entre dos hoteles de la calzada de Tlalpan cercanos a la casa de sus hijos: el Finisterre, cercano al metro Taxqueña, y el Cibeles, en Portales. Optó por éste, al que se pasó en la segunda semana de septiembre de 1985. El día 19 de ese mes, a las 7:10 de la mañana, ocurrió un devastador sismo y el edificio en que vivía se derrumbó por completo, y lo mismo le ocurrió al hotel Finisterre, a donde estuvo a punto de cambiarse, por lo que suele decir que en un mismo día salvó la vida dos veces.

Supongo que la edad y sus inevitables achaques algo habrán modificado en la vida de Miguel Ángel. Lo cierto es que desde hace muchos años su rutina empieza con una rápida revisión de los periódicos para estar a las 8:30 horas ante los microfonos de Radio UNAM, a una hora en que muchos mexicanos leen su Plaza Pública, la indispensable columna que aparece cotidianamente en el diario capitalino Reforma y en una veintena de periódicos del país. Al terminar la emisión [...] se dirige al café en el que desayuna y donde generalmente lo esperan amigos, políticos, colegas de diversos medios o personas que sin más se le acercan para encomendarle la atención de algún caso, para tomarse una foto con él o simplemente para saludarlo.

Después del desayunar sale a atender algún asunto o se va a su casa o quién sabe a dónde, pues es imposible localizarlo. En realidad se escapa para entregarse a lo que probablemente es su mayor necesidad y su más grande placer: los libros. Es un lector voraz, muy rápido y con una memoria que se acerca a lo fotográfico, pues es capaz de repetir largos poemas tanto como la letra de viejas canciones yucatecas o de cuanto bolero se haya cantado alguna vez y hasta de las composiciones de Cri-Cri. Alguien comentó que tenía el Cancionero Picot grado en su disco duro, pues se sabe cientos de canciones que los amigos agradecemos que las diga, pero no que las cante.

A veces escribe en la mañana su Plaza Pública y algún otro texto que le piden, pero la mayor parte del tiempo es para leer hasta medio día, cuando sale a cumplir compromisos de una saturada agenda que lleva en la cabeza, sin libreta y sin apuntes. En la comida se reúne con tododiós y no le hace gestos a un tequila respetable ni a una copa de buen vino. Con frecuencia del restaurante se va al cine. Está al día en lo que a películas se refiere y difícilmente no habrá visto una buena cinta. Más tarde se le ve ante una obra de teatro o en algún concierto de música sinfónica, especialmente de la Filarmónica de la UNAM.

Después de la función va de nuevo a algún restaurante donde, casi siempre en compañía, cena como si no hubiera probado nada desde el día anterior y, cumplido el rito, obedece el llamamiento de la noche y no pierde oportunidad de participar en buenos ratos de bohemia. Si no hay jolgorio, vuelve a su casa a reiniciar su quevedesco diálogo con los difuntos ("con tantos y tan doctos libros juntos"). Lee -o por lo menos hasta hace pocos años leía- hasta la madrugada y no es extraño que el amanecer lo encuentre enfrentado al papel impreso. La letra y la tinta son su alfa y omega, razón de ser y meta de sus afanes.



De: Granados Chapa. Un periodista en contexto, de Humberto Musacchio, México, Planeta, 2010.

Comentarios

¡Vale la pena leer!

"La mañana de san Juan", de Manuel Gutiérrez Nájera

"11, IV. Jardín de niños", Desde entonces, José Emilio Pacheco

"Obra maestra", Ramón López Velarde

"42", Los demonios y los días, de Rubén Bonifaz Nuño

Santiago Juxtlahuaca, Oaxaca