Día Nacional del Libro
Desde 1979, por decreto presidencial, el 12 de noviembre se celebra en nuestro pobre México Tanlejosdedios el Día Nacional del Libro. El festejo tiene la finalidad de conmemorar el natalicio de Sor Juana Inés de la Cruz, así como de promover el hábito de la buena lectura y mejorar el nivel de educación. Este año, la obra que se obsequia en las librerías por parte de los libreros y editores es Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México, de Carlos Monsiváis.
Claro que yo no lo sabía, para ser franco. Pero por lo visto también muy pocos de mis amigos, pues durante todo el día nadie siquiera lo mencionó. Espero que eso no hable de nuestro grado de interés por la lectura, la cultura y la escritura misma, sin mencionar el de la edición y correción de estilo. Como quiera, fue una gran sorpresa encontrarme con la obra referida dentro de mi bolsa del Fondo de Cultura Económica cuando llegué a casa. Una hora antes, Calipso y yo habíamos ido nomás por un de par de libros, pero como siempre se nos pegó uno extra. Esta vez fue Los demonios en el convento de Fernando Benítez que mi diosa eligió por influencia mía.
Como ya se ha hecho costumbre en este medio, tengo que decir que uno de mis secretos es que aprendí a leer mucho después del promedio de mis compañeros en la primaria. Casi cuando tenía 8 años. Quizá no sea tan malo ni tan único, pues realmente es algo paradójico si tomamos en cuenta que a lo que me dedico y dedicaré el resto de mi vida será a leer. Una tía materna se sentaba en las tardes conmigo a repasar la lectura del libro de español. Me chocaba leer "El tesoro del tío conejo" cuya extensión de cuatro páginas con ilustraciones me parecía harto imposible de concluir. Por tanto a los pocos renglones comenzaba a llorar y a decir que no quería, que porqué tendría que leer tanto; mi tía llena de paciencia me consolaba, me abrazaba, me decía que ya faltaba poquito. Pincheslibros, pinchetíoconejo y pinchedelquesípuedeleer, seguro que decía.
Realmente no recuerdo cuál era el inconveniente. Es decir, no hallo entre mis recuerdos qué diablos me producía el llanto. Quizá la memorización de los sonidos de las letras individuales y combinadas; quizá la terrible fuente de la composición del texto, el texto mismo o la ausencia total de interés. Me parece que jamás pensaba en la utilidad de saber leer ni que de eso se pudiera vivir. Yo quería ser "refresquero" o "pesero" pero nada de médico y abogado; dios me guardara de los contadores. ¡Qué lo parió!, dicen en mi pueblo.
Total, era una odissea leer "El tesoro...". Lo divertido vino cuando descubrí que en casa había otros libros además de los de la escuela. Quiero enfatizar que no contábamos con una biblioteca de buen tamaño, que los volúmenes que existían por esa época en casa eran muy pocos, poco variados y seleccionados más por una necesidad práctica que por un gusto o afición. De pronto descubrí que tenía mi apá una enciclopedia del mundo animal, una enciclopedia Hachette con sólo 7 tomos cuya última palabra registrada era "pato"; observé con detenimiento los libros de José Rubén Romero (mi favorito Mi caballo, mi perro y mi rifle) en ya desde entonces viejísimas ediciones de Porrúa; los libros de historia de México que mi papá guardaba con recelo; un Og Mandino (Operación Jesucristo...y al tercer día); y el clásico Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Entre varios más que coleccionaba mi viejo y que atesoraba como sus libros. De ahí puede venir mi afición por los alter egos, pero en especial por la Odisea, pues tenía una edición horrible de Fernández Editores, así como una de El retrato de Dorian Gray, de las que nunca quise deshacerme. Ahora yo las guardo con celo.
Como he dicho, no teníamos la gran biblioteca pero mis padres, sobre todo mi apá, se las ingeniaban para leer en la medida de sus posibilidades. Cuando ya por fin me hice un poco del hábito, comencé a devorar los mentados libros del Oste, cuyo autor era el español Marcial Lafuente Estefanía. Luego, me hice fan de Og Mandino y de Poe. Durante la adolescencia Verne me inquietó pero jamás le agarré la onda. Conocí a Octavio Paz, Camilo José Cela, Emilio Abreu Gómez (con el todavía conmovedor y aleccionador Canek), Carlos Fuentes, Horacio Quiroga ("El almohadón de plumas") entre otros que ya he olvidado. Pero que reconozco debería tener presentes.
Cuando me creí estudioso no solté a Los Contemporáneos (sobre todo Villaurrutía, Novo, Owen y Cuesta); a los modernista (qué decir de mi Manuelito Guitérrez Nájera), los decadentista y algunos malditos (Baudelaire). Novelistas como Saramago, García Márquez, García Ponce, José Agustín, Cortazar, Juan José Arreola (cuentos, por supuesto) y el casi desconocido Rafael Bernal (antes del Peje ya alguien había visto complot por todas partes). Y mis poetas preferidos: Sabines, Bonifaz Nuño, Benedetti, Nervo, López Velarde, Efraín Huerta. Y otros que olvido por pereza.
Supe de la importancia de "El tesoro del tío conejo" y de "Francisca y la muerte" cuando por primera vez asistí a la Facultad de Filosofía y Letras (en dos momentos distintos, en la licenciatura y en la maestría) y pude por fin leer de corrido obras enteras. Pero sobre todo conocer otras pasiones, otros libros a través de los libros (metalenguaje), formas de pensar en formas de sentir, mundos en individuos pequeños como yo, mares en pieles poéticas nuevas y clásicas. Pude apreciar a Francisco Tario, a Usigli, a Efrén Hernández, Ramón Xirau y literatura del siglo XIX mexicano difícil de mencionar ahora.
Bueno, ¿y eso qué, a nosotros que nos importa? Seguramente nada. Todo surgió porque ayer se celebró el Día Nacional del Libro y quiero acusarme de no leer lo suficiente; de no conocer como debiera; de no estar actualizado; de tener poco menos de mil libros en casa. Pero también de tener siempre a la mano un libro, siempre uno cerca de la cama, uno en el auto; de leer en el baño, antes de dormir, mientras leo en el trabajo, mientras les escribo, dormido (cuando hice la tesis de licenciatura), mientras espero que algo me diga qué escribir para un día, espero no muy lejano, leerme sentado desde el principio.
He querido compartir una parte de mi experiencia con los libros porque vivo de ellos, de su calidad, de su hechura, de su contenido, de su lectura. Deseo vivir entre ellos. Son una parte de mí, de mis fetiches como ser humano y de mi experiencia y paso por el mundo.
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