Vine a la ciudad
Vine a la Ciudad a buscarte. Hace mucho tiempo que saliste de casa y, a pesar de tus cartas domingueras y tus promesas de regresar pronto, ya no puedo seguir sin verte.
La ciudad me asusta demasiado. No puedo creer que esos escarabajos se muevan con gente en su barriga; les llaman automóviles. Tú siempre lo dijiste, te mueves por estas calles adoquinadas, testigos mudos del paso del tiempo y de los cambios más importantes del país, como si lo hicieras en la diminuta plaza del pueblo, rodeada de árboles verdes y de niños sucios que corren tras su madre. Ahora que lo pienso bien, te mueves mejor aquí.
Siempre supe que sería difícil para ti acostumbrarte al seco clima de Jonacapa. El viento gélido, la noche oscura, los suspiros ancianos de los últimos moradores otomíes de la región y el fresco y tenebroso panteón, siempre te asustaron. Decías que pronto saldríamos de aquí; viviríamos en la Ciudad.
Yo sólo te miraba hablar con alegría. Lograbas ponerme contento con tantas historias urbanas, como tú decías. Hasta que de tanto recordar la ciudad que te había visto nacer y crecer hasta los primeros años de la infancia, la nostalgia se metió en tus pies y caminaste rumbo a la estación del ferrocarril. Todo fue tan rápido. Lo recuerdo muy bien, pues fue por esa época cuando me entraron las ganas de tener hijos y tú, altiva y desdeñosa, me decías que un hijo tuyo no nacería entre nopales y biznagas.
Así fue como una tarde, de pronto, a la de sin susto, con la maleta hecha y tu boleto a la ciudad dentro de la bolsa de tu suéter verde, me dijiste que te ibas. Y te fuiste. Yo me quedé frío, como muerto, sin palabras.
Durante algunos meses me escribiste y me contabas cómo había cambiado la ciudad: el transporte, las calles pavimentadas unas y otras adoquinadas; los comercios, muchos con nombre en inglés y con platillos extraños; el mismo lugar donde vivías antes de juntarnos ahora era un bello edificio de muchos pisos. Yo leía con ansia y nostalgia cada una de tus letras. Me preguntaba cómo sería todo si viviéramos juntos. Hasta que, como a ti te paso, una mañana de mayo, cuando aún no calaba el sol y las vacas comenzaban a despertar, me decidí a dejar todo y buscarte en la ciudad, lugar peligroso para un pueblerino como yo, decías siempre.
Y aquí estoy. Mirando con espanto a la gente que corre y se empuja por las anchas avenidas llenas de automóviles. Te busqué donde decías vivir, pero ya no estás ahí. Dicen que sólo viviste como un mes y que luego ya ni volviste. Yo creo que estás perdida, que no sabes cómo volver a la casa y que tienes frío, que extrañas el calor del pueblo.
Por eso no desisto. Te buscó a diario: plazas, parques, mercados, esquinas, iglesias, estaciones de camiones y de trenes, todos los lugares a donde me lleven mis pies. Pero no te hallo, te tragó la tierra vieja y erosionada.
Por eso vine a la ciudad a buscarte, porque ya no puedo vivir sin saber de ti. Además, yo también quiero que nuestro hijo sea de la ciudad.
Comentarios
Saludos mi comandante!!!!!!!