El Calambres y la Alicia

Dicen que ese güey se la anda cogiendo, pero la neta quién sabe. El tiempo que estuvo con él todo fue así como muy... muy rápido. Como que todo pudo pasar. Además llevaban ya un chingo de tiempo como para que no le hiciera nada. Muy pendejo si de verdad no le hizo nadita... aunque yo creo que sí se la chingó. Aunque ya a mí ni me importa eso.

Ayer pasamos por afuera de su casa. Ahí estaban. Estaba todo apagado y sólo se vía el reflejo de la tele. Ahí afuerita estaba estacionada la ranfla del moreno ése, un forcito bien cuidado, bien parado, bien armado hasta por dentro, chido, pues. Nos paramos un rato a esperar. Aquél decía que si salían abrazados luego luego se la rebanaba a ella primero y luego a él. Unos decían que al revés: a él y luego, pa terminar de desahogarse, a ella. Aquél estaba ya muy confundido y le daba exactamente lo mismo, pero de que se las rebanaba eso que ni qué. Se sentía traicionado.

Hasta donde sé la morrita tenía mucho con el moreno; años parece. Se dejaron un ratoncito quesque porque se pintaron el cuerno. Digo se pintaron porque nunca han querido decir quién a quién o quién fue el primero que aflojó el cuerpecito en otros brazos. Pero según se supo luego, había sido él. La morrita lo dejó pero muy disimuladamente. Sólo aquél se dio tinta de cómo estaba el asunto. Se puso bien chingón y creo que sí le sacó sus buenos fajes. Nosotros nomás esperábamos en la sombra o en la oscuridad, según. Oíamos casi todo lo que parlaban, lo que le cantaba y hasta esas madres mamonas que le leía. Todo empezó como de puro desmadre, aunque aquél ya le traía un buen de ganas, sólo que como se conocían bien con el moreno, nunca se la había cantado a la morrita.

Te digo que ahí nos quedamos como esperando, tal vez saldrían y aquel se desquitaría a lo chino y cochino. Esperamos un buen ratote, hasta me quedé dormido. Nada. No se veían esos. Así que aquél decidió meterse a la casa pa echar un vistazo de cerca. Nosotros lo ayudamos a brincar la barda pero, cuando ya estaba del otro lado dijo que no quería ir solo. Así que me comisionaron a mí, que soy el más chicha pa los putazos a acompañarlo. Mientras nos acercábamos a la ventana pensé mucho en la morrita. A mí también me gustaba, incluso muchísimo antes de que la conocieran estos pendejos. Siempre la miraba cuando iba al mercado, a la tienda, cuando iba camino de la escuela, hasta cuando empezaba a salir con el moreno. Siempre me había parecido buena onda, muy aliviana y medio cachonda. Creo que hasta ayer me di tinta de que sí me latía un chorro. Hasta quería madrearme con los dos gatos ésos y llevarme lejos a la morrita. Lejos de todos nosotros.

En eso aquél me dijo que me asomará yo primero por la ventana, así si el moreno salía aquél ya lo estaría esperando para, siquiera, darle unos pinches piedrazos. No lo pensé mucho y como pude llegué hasta la ventana de su cuarto. Reconocí las voces. Era ella, la morrita de la vecindad. Hablaba bien quedo y como con susurros. Asomé las narices y los vi en pleno apachurrón, no cogiendo, más bien en un sabroso caldo que envidié como pocas cosas. Sentí tras de mí la respiración agitada de aquél. “No mames, ya regresó con ese pendejo. Hija de la chingada, ¿no que ya no? Pinche vieja”. “Cállate cabrón, nos van a oír y se va armar”. Volví la mirada hacía el interior y la recordé de chavita, con sus dientes feos, con sus playeras darketas y sus tenis de trapo. Pensé que ése bien podría ser. Busqué a aquél para preguntar instrucciones pero ya no estaba ahí. Lo alcancé al pie de la barda, tenía toda la cara llena de lágrimas. Quesque le dolía porque ya la quería de adevis. Nos salimos y otra vez nos quedamos parados frente a su casa.

Yo digo que lo que le dolía a aquél era su pinche orgullo, sabía que se le había ido la palomita y que ahora regresaría a las viejas vulgares y feas, a esas que por más que lo intentan nomás no quedan mejor. Sabía que pulgas como las de la morrita eran difíciles de conseguir. “Ya no chilles güey, hay otras viejas y más buenas que ésa. Ni está tan acá”. “Ya no le hagas al mamón ca, además acuérdate que sólo era una parchada y ya”. “Ve y tócale, Calambres. Dile que salga, inventa una pinche historia, pa eso eres bueno. Ve ahí y si sale el moreno mejor, nosotros lo madreamos”.

Me limpié el sudor de la cara con la manga de la chamarra y me acomodé un poco la mata. Toqué. “Soy yo, el Calambritos. ¿Tas ocupada?... Sí, aquí te espero, pero no tardes, es urgente”. Les hice la señal convenida y se prepararon para despacharse al moreno en cuanto saliera. Mientras, yo pensaba qué madres le iba a decir. Era la primera vez que tenía chance de verla bien de cerquita, de hablarle a lo pelón, sin mirones que estuvieran cerca. Qué le digo. En eso abrió la puerta y sólo asomó la cabeza. “¿Cómo estás? ¿No te interrumpo? Es que ya no puedo más. No, no te espantes porfas, no quiero nada malo. Sólo unos minutos. Es que.. bueno... sabes, lo he pensado mucho y creo que el moreno no te conviene, sabes. Digo, sólo creo que mereces más, sabes... No, no, no te vayas ya mero acabo. Nomás tantito. Me gustas, sabes. A veces te sigo cuando ya se va aquél o cuando sales solita rumbo a le escuela. A veces yo le consigo a aquél los poemas esos que te gustan, sabes...y... bueno mejor ya le paro. Sé que ahí está el moreno y que ya volvistes con él. Pero neta que me gustas. Sólo dame un chancecito, verás que no soy tan así como dicen”. Creí que iba a cerrarme y a reírse y luego a acusarme y luego a volverse a reír. Pero nada de eso pasó. “De qué diablos hablas, cabrón. ¿Qué te traes? Si se entera aquél que estás aquí de pinche perro seguro te la parte”. “Lo sé. Pero esque vi que entró el moreno y que ya volvistes con él y la mera verdad creí que ya no lo querías, sabes. Ni a él ni a aquél. Y me dije: ‘muy güey si no te pones al pedo y le dices a esa morrita lo que sientes’. Así que antes de que te quedes con el moreno pa siempre, vine a decirte que me gustas, sabes, y que creo que estoy enamorado de ti desde hace un chingo y...” “Cálmate, Calambres. No te pongas tan acelerado mijo. Ahorita no puedo hablar porque estoy estudiando para un examen con el moreno pero vente como a las diez y platicamos más enserio. Además se me hace que andas medio pedo, siempre nos hemos visto y jamás me habías dicho nada; cómo crees que te voy a creer eso que dices. Vente al rato y platicamos. Ándale, nos vemos... y ya deja de leer chingaderas”.

Apenas me había dado la vuelta cuando ya me llovían los madrazos por todas lados. Esos güeyes habían oído todo y aquél, de estar de chillón ahora estaba bien emputado. “Con que quieres ahora con mi vieja, pues a ver si te levantas pa llegar a las diez, cabrón”. “¡Pérate, cabrón! Sólo era pa entretenerla y...”. Pero ya los patines en la boca no me dejaron hablar. Me arrastraron hacía la otra calle y ahí me acabaron de sonar. Ahí me quedé. Todavía pude ver cuando el moreno salió de la casa de la morra y ella rechazó el beso que le quería plantar ése en la boca; vi como ella miraba alrededor cuando ya se había ido, pensé que me estaría buscando. Dentro de todo me sentía con ánimos para levantarme y ir a ver a la Alicia, la morrita del moreno que había sido de aquél un rato pero que ahora era mía por ley, porque mis buenos madrazos me había costado.

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