Desear hacerlo
Todavía ayer decía en público que para escribir necesitaba algo, un estado mental, una inspiración, cierto ánimo, alguna hora macabra de la noche, no lo sé; simplemente algo, que a su vez es mucho por ser la misma fuerza que me arroja a la hoja (de un procesador de textos, claro).
He visto a Jorge frente a su hoja (de nuevo de un procesador) pasar un par de horas un día, luego otras dos diferente día, leer y releer; decir que tiene por todas partes (físicas, mentales y emocionales) notitas, apuntes, recuerdos, anécdotas, exageraciones o tumultuosas citas de libros de sus cursos, de su época en el “Centro”, frases de amigos nice… en fin: años, vida, canas. Lo veo con intriga para ver qué sueter lo acompaña y a éste qué historia y a ella qué hecho y qué me dejará de enseñanza éste. Siempre es intrigante.
No puedo evitar culparme por ser joven, o tan joven o tan joven y tan viejo, pero joven de todas formas. No puedo evitar sentir pena por los años tristes de mi vida que no logro recordar ni con la terapia ni recolectando información con mis familiares, con mi madre, con La Caro, con el Viejo, con todos los que lucen como buenos memoriosos. ¿Qué me queda entonces? Pues hacer de cada día una nota, una crónica, algo que diga a mis propios ojos Estoy siendo.
Todas las noches llego corriendo a casa para ver a La China, ¿Ya se durmió La China?, Ya…, Chin, es que el pinche tráfico… Es que me quedé platicando con… Es que discutí de nuevo… Es que quería vagar sin rumbo, perderme y sentarme por ahí a echar mi llanto, a mirar la noche entrar en la ciudad; pero al mismo tiempo deseaba que ella estuviera ahí, que me preguntara ¿Por qué la Luna no se cae?, y demás preguntas que me enseñan que no sé nada del mundo real, del externo, del que habita fuera de la botella. Luego subo y la veo dormida, descansa, sueña, juega, se mueve porque en el sueño vive. Se mueve mucho, como si en el movimiento le viniera el descanso.
Me acerco, ¿Sabes que eres mi orgullo?, ¿sabes que te amo?, ¿sabes que eres hermosa y que nunca te dejaré de amar? Asienta como puede, dormida. Me imagino que anda a caballo recorriendo el mundo interno, su mundo y rico mundo interno, viaja con amigos poderosos, fantásticos, fantaseados por ella mientras el mundo externo, de día, le ha gritado y le ha bañado de ideas el pensamiento; ahí, está, rodeada de seres milenarios, de orquestas de flores, de aromas únicos, de amigos fieles y de miedos enfrentables; de entre las montañas surge una voz, una conocida voz de un animal distante, alejado, ido pero presente que la cuestiona: ¿Sabes que eres mi orgullo?, ¿sabes que te amo?, ¿sabes que eres hermosa y que nunca te dejaré de amar?
Corre hacia la voz y le responde con gritos; arroja su armadura al Sol, su voz se hace navaja poderosa que surca las distancias: ¡¡¡Tú eres mi Góber precioso, mi héroe de la película, papá!!!..., dice mientras cae arrodillada deseando alcanzar esa voz. Mas la fuerza de gravedad la detiene al suelo de su entresueño. Ahí permanece unos minutos y luego alza la mirada. Toma el casco, la armadura, busca su montura y sigue la carrera hacia donde ni ella sabe. Sueña, pues.
Antes de hacer lo propio imagino que todas las noches le escribo una carta. En ellas le relato el desmadre de mi vida actual, mis frustraciones, la alegría de mi alma cuando charlamos por teléfono, cuando me canta, cuando corre a recibirme, ¿Cómo te fue en el trabajo?, ¿Cuántos libros hiciste?; que le cuento que tuve un sueño donde ella era una guerrera, que le digo que somos afines quizá en los aspectos depresivos. Cuando casi me levanto para tomar la pluma (esta vez sí en papel), me percato de que el sueño me tiene entre sus manos, Pero mañana seguro que le escribo, además, termino diciéndome, para escribir no se necesita demasiado: sólo desear hacerlo.
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